By F600: CREAR ES UN ACTO POLÍTICO

F600 no es solo el nombre del proyecto electrónico de Miguel Conejeros, sino también una especie de Voyager, una cápsula del tiempo, una forma de visitar el futuro entendiendo el pasado que fue necesario atravesar para situarnos en esta posición de imaginar lo posible o imposible.

La distancia arrastra el polvo. Una especie de susurro que suspende las nostalgias del futuro. Carl Sagan dice que somos polvo de estrellas. Hace trece mil ochocientos millones de años, una brutal explosión comenzó a expandir materia. Nuestros átomos y los de todo lo que existe están hechos de los desechos de estrellas antiguas que murieron en el pasado remoto del universo. La posibilidad de entender el presente se encuentra en esa explosión primigenia. El futuro está en la posibilidad de hoy imaginar lo inexistente. Las escenas próximas son imágenes ficticias. Cargan el color y peso del pasado. Muchas son capaces de describir un paisaje; pocas de dar cuenta de un tiempo. F600 es el nombre del proyecto de Miguel Conejeros. Una abreviación del auto de mediados de los cincuenta, creado por Fiat. Pero también es otra cosa. Una especie de símbolo o un pedazo de historia. Desde la música bajo dictadura, pasando por su eclosión en democracia, digitalización en el nuevo milenio y sobrevivencia en pandemia, los sonidos de F600 han conectado con diferentes contextos y escenas, a través de dos ideas inamovibles: un proceso creativo originado siempre desde la música y un tránsito que cruza, invariablemente, por los meandros pedregosos del margen. 

“Vendimos el Fiat 600 de mi hermano, fuimos a una tienda y dijimos: ¿con qué hacemos la banda?”, cuenta Miguel Conejeros, sobre el inicio de Pinochet Boys. Una de las bandas de mediados de los ochentas, que, injustamente, se les ha encasillado como precursoras del punk en nuestro país. Su influencia va desde la introducción de la esencia D.I.Y. (Do It Yourself), en el modo de hacer música, hasta la apertura hacia nuevas formas electrónicas. “En vez de estudiar partituras o conceptos musicales, lo que estudiaba era el catálogo de la Roland SH101, para ver cómo funcionaba, entender qué eran las frecuencias, y conocer los circuitos”. 

El sonido del sintetizador incorporado por Conejeros (que se puede escuchar en el disco reeditado por Hueso Records, el 2012), explica en parte, las reminiscencias a los sonidos dance, de la electrónica; el minimalismo de bandas proto industriales, como Throbbing Gristle, o el post punk de P.I.L.. “Teníamos referentes como Gang of Four, Wire, o Pere Ubu, grupos que buscaban hacer cosas distintas. Toda esa movida que no era necesariamente punk, porque si bien escuchábamos a los Clash o los Pistols, también nos interesaban otros lugares”.  

La referencia permite entender el paralelo histórico respecto a lo que ocurría en el mundo, donde la Guerra Fría fue también la oportunidad de romper con las estructuras establecidas en todo orden de cosas, sobre todo, con el pasado más próximo, posibilitando un futuro más amplio y múltiple. En Chile quedó manifiesto con esta escena new wave, de las que, además de los Pinochet Boys, fueron parte colectivos y artistas como las Cleopatras, Vicente Ruiz, Electrodomésticos, o los Dadá, que dieron cuenta del ímpetu de los jóvenes por dar fin y luz a un periodo de oscurantismo cultural impuesto por la dictadura. 

Los noventas fueron un proceso de ilusiones. En la industria, los grandes sellos, al ver el desgaste de la música pop, pusieron los ojos en la escena independiente. Parkinson fue parte de los grupos underground del país que vivieron el mainstream a la chilena, que pudieron grabar discos en estudios, distribuir sus trabajos en las principales disquerías, promover en medios de comunicación, rotar en la radio, girar por Chile y, en algunos casos, incluso fuera del país. La banda gozó de todos esos beneficios que vinieron de la mano con los tratados de libre comercio y apertura al mundo, “en ese sentido siempre me ha tocado ir con el machete abriendo camino. Fuimos los primeros en tocar y reabrir el Museo de Bellas Artes, después de mucho tiempo cerrado, fuimos de los primeros en grabar un cassette independiente, en fin. Hubo más gente obviamente, creo que he sido de ese puñado de personas que le ha tocado estar adelante. Con el tiempo, te das cuenta que, si bien, no hicimos los mejores registros, sí tuvimos esa cualidad o mérito de ir abriendo camino, de ir adelante, ir despejando la ruta para que vinieran otros atrás”. 

Parkinson no solo marcó una nueva época en la industria, sino también marcó un giro en las aproximaciones que Miguel encontró con anterioridad, permitiéndole conocer nuevos procesos, como el de crear canciones con formatos más clásicos: “la banda tuvo toda la estructura y forma de la música pop: estribillo, coro, solo de guitarra y letra. Como en esa época rayaba con los Ángeles Negros, buscaba el fraseo órgano-guitarra, como el que ellos conseguían y que me enloquecía. Incluso dejé de secuenciar y busqué el sonido del Hammond, un sonido mucho más clásico dentro del rock. Esa fue la investigación de ese periodo”. 

Sin embargo, esta nueva forma de hacer música no fue inmediata. En un periodo de menos de un año, otra banda permitió que el sonido de Conejeros no tuviera un aterrizaje tan brusco. Y, en una suerte de transición musical paralela a la social del país, Miguel, junto a Tan Levine, baterista de los Pinochet Boys, Rodrigo Hidalgo, bajista de los Dadá, y Gonzalo Williams, crearon Carlos Calor. La banda mezcló el punk y new wave de Pinochet Boys y las primeras aproximaciones pop que tendría más tarde Parkinson, reflejando esa idea de desprendimiento con todo la anterior, impidiendo la reiteración de fórmulas e indagando hacia otros sonidos: “me carga repetirme y me carga cuando las cosas se comienzan a transformar en ghetto. Me pasó eso con el punk. Entonces, con Carlos Calor estábamos más centrados artística y musicalmente. Estábamos escuchando cosas como Big Black, y esa música más tirada al industrial, pero también con dub, con cosas chilenas, entonces era una mezcla rara. Pero no duró mucho, porque después el Gonzalo se fue y perdió un poco el sentido”. 

Williams era un personaje importante para el grupo y la escena. Su trabajo en una de las dos disquerías más influyentes que hubo en la capital, Circus (la otra fue Background), le permitieron viajar por distintos países, convirtiéndose en un medio de información importante para las referencias musicales del grupo, “Gonzalo fue fundamental en todo el inicio del punk, porque él era la persona que iba a Londres y traía música que nadie escuchaba acá. En esa época se vestía como un freaky de mucho cuidado. Carlos Calor fue un intermedio bastante importante para llegar a Parkinson, porque fue justo una transición musical de mucha búsqueda. Y es curioso, porque, así como nosotros queríamos hacer algo original, también estaba el sentido pop, teníamos esa idea de poder llegar a mucha gente. Nuestra intención era esa, no queríamos ser de un nicho tan elitista, sino que nos interesaba poder llegar a la mayor cantidad de gente posible”.

El grupo no alcanzó a grabar discos, pero tuvo un par de presentaciones memorables que le permitió a Conejeros probar sonidos más experimentales que, luego de su paso por Parkinson, tradujo en el primer álbum de Fiat 600, “El empleado del mes” (1997) . Lanzado a través del sublabel de Jorge González, Discos G, y con un tiraje de quinientos discos, logró plasmar un concepto muy representativo del periodo social del país: la clase media. “Estaba bastante pegado en los break beats y el drum and bass. Me llamó mucho la atención eso de que iba una batería super rápida, una cosa lenta arriba y una melodía flotante superpuesta. Ese contraste me pareció interesante y empecé a trabajar con eso y a hacer polirritmia. Así salió el disco, que era una ironía de la happy life, de esa idea de llevar una doble vida, de trabajar en mierdas para poder financiar mi real pasión que es la música”. 

La carrera solista de Miguel comenzó con ese trabajo, pero antes de lanzarse de lleno, primero tuvo dos nuevas transiciones. La primera, a mediados de los noventas, con Los Artistas, banda de corta duración, pero con algunos hitos bastantes memorables para entender la escena independiente y cultural del país. Sin registros oficiales y con algunos demos dando vueltas de forma clandestina, la banda, completada por Rodrigo Hidalgo y Rodrigo “Bagüal” Planella, fue un espejo de la movida cultural de Santiago; “con Los Artistas inauguramos La Perrera, cuando aún no había nada ahí y el lugar se estaba demoliendo. Además, tocamos en una de las disquerías más importantes de la capital, Background, que fue, de algún modo, el punto de encuentro de toda la movida electrónica. Porque para que haya una escena tiene que existir un lugar. Los punkies, por ejemplo, iban a la tienda de la Vivien Westwood en Londres y, aquí, muy a la chilena, pasaba algo similar con los trasher en el Paseo Las Palmas. Se arman escenas de ese modo, reuniendo gente, conformando comunidades y, en ese sentido, alrededor de la música electrónica, la Background fue un imán. Ahí llegamos todos, músicos, productores, futuros djs y, lo más importante, estaban los discos de música electrónica que nadie conocía”. 

La segunda transición ocurre años más tarde, luego de un viaje a España, realizado el 2001, junto a Marciano, dúo compuesto por Rodrigo Castro y Sergio Lagos, con quienes tocaría en el prestigioso festival español, Sonar. Ese lugar sería la antesala para abrir un nuevo laboratorio musical: Bipolar. “Tenía claro que la gran excusa para irme era tocar en Sonar. Además, ese año, el festival, que venía desde 1995 exponencialmente creciendo, dio un gran salto. Antes de irme tenía claro que esa invitación era mi pasaje para quedarme. Cuando pasaron los tres meses de la típica visa de turista, dije filo, me quedo no más”.

Su segundo disco solista, “Último día” (2000), fue una especie de bisagra para la carrera de Conejeros, pues fue el trabajo que le permitió llegar a España y comenzar, algo así, como una nueva vida. El álbum marcó también las nuevas búsquedas sonoras de F600, esta vez alejándose de la tradición del rock experimental, para centrarse en sonidos electrónicos concretos. Tras su estancia en Barcelona, se reencontró con Pablo Mellado, con quien ya mantenían una amistad en Chile, y juntos conformaron Bipolar. El dúo logró registrar dos trabajos, “Tessla” y otro álbum de igual nombre que el conjunto, ambos grabados el 2002 y relanzados por el sello nacional Infinito Audio. “Me metí en la escena de Barcelona. Conocimos al colectivo suizo, Special Materia, el japonés, Progressive Form, y gente de Skam Records, donde pertenecía Autechre, y todo ese grupo de artistas que me abrieron la cabeza. Empecé a hacer más música, tener una búsqueda más directa con el sonido, con la secuencia, con otro tipo de forma abordar el sonido, sin estructura, mucho más dirigido al interior, liberándome de muchos fantasmas”. 

En ese proceso, tras el regreso de Mellado a Chile y el final de Bipolar, creó el álbum “Erich Zann” (2009). El trabajo, al igual como la tónica de toda su producción, no solo fue una respuesta a sus inquietudes creativas más profundas, sino también reflejo de lo que ocurría en la industria. Con la caída de los grandes sellos, la aparición de internet y las plataformas digitales, como Napster o My Space, también comenzó a proliferar un submundo alternativo, que buscaba hacer las cosas de otra manera: los netlabels. “En esa época me tocó vivir una especie de tránsito entre el mundo que antes conocíamos y el nuevo. Volvimos a tener una forma de hacer las cosas muy en la sintonía de las ideas del ‘Hazlo tú mismo’. Sacábamos CD-Rs e imprimíamos las carátulas, las pegábamos a mano y empezamos a participar de otro tipo de distribución de la música, de forma mucho más punk. Lanzábamos un mes un disco, al mes siguiente otro y los íbamos repartiendo. Después de eso, vino la movida de los netlabels. Ahí hubo otro cambio y empezó a ser todo digital”.

Terminado el periplo español, el 2014 retornó a Chile, cargando enormes experiencias, conocimientos, conciertos y discos. Tras el álbum doble, “Erich Zann”, que cinco años más tarde reeditó el netlabel nacional, Pueblo Nuevo, vinieron otros lanzamientos, como “At home like a tourist” (2011), “The voices from hypothalamus” (2012), “Dos Puertas y un Puente” (2016), “Latinoamerican Mall” (2016), “Kafküdengun” (2017), “Epistolar” (2018), una joya que llevó a cabo con la colaboración en voces de Jorge González; “Mortus Utopia”(2020), que produjo junto a KDO, y “El color que cayó del cielo” (2020), que realizó junto al artista Mauricio Garrido. Todos registros heterogéneos, de música que opera desde los bordes, fuera de cualquier parámetro comercial y que apuesta por la ruptura de las conciliaciones con la industria.

Hoy sus búsquedas están centradas en la música como aplicación. En encontrar el punto de conciliación entre el sonido y el público multimedial, que no sólo espera música, sino también otros elementos que permitan vivir una experiencia interdisciplinaria, que se acerque a esa realidad virtual en la que, actualmente, se encuentra sumergido el mundo: “Me estoy encaminando y me interesa mucho más la música aplicada para algo, que no solo sea para el club, sino para algo más, una novela gráfica, una película, en fin, ese es el camino que me interesa seguir, me parece mucho más interesante y desafiante”.

Muestra de esto fue el adelanto que, hace pocos días, presentó para “La balada de Anne Hell”, melodías que llevó a cabo para el trabajo que mezcla narrativa, música y dibujo; o el nuevo proyecto en formato banda, Yawar, con quienes comenzará a grabar este mes: “No veo mucha desconexión entre lo que hacía y sigo haciendo. Y eso está ahí, con los discos, con los hechos, con los conciertos y todo. Es un camino complicado, largo, difícil y tortuoso, un extraño viaje, un proceso que se ha hecho de manera espontánea y que me ha permitido entender su peso verdadero. Porque es complicado estar siempre al margen. Es una decisión personal que no es premeditada. Ha evolucionado así y creo que así será siempre. Hay momentos donde me pregunto por qué hago esto, pero me doy cuenta que es una necesidad básica en mi vida. A partir de ahí, de ese entendimiento, comienzo ser honesto con lo que hago. Esa honestidad siempre trasunta en los resultados o en las cosas que uno muestra. Crear es un acto político, yo lo siento así. Crear es crear conciencia”.  

Sobre el futuro, Miguel Conejeros tiene claro que es insistir en el aquí y ahora: “Creo que la mayor obra de arte aun no la he hecho y no sé si algún día la consiga hacer. Es una especie de búsqueda constante. Siempre falta algo que ya encontraré, a lo mejor no, quizás es solo una obsesión mía. Lo importante es solo una cosa: lo que me mueve a hacer música es el paso del tiempo. Cuando haces música el tiempo se detiene, no fluye ni para atrás ni para adelante, estás concentrado en un momento en el que estás experimentando con las máquinas, con ciertos sonidos y eso es adictivo. El tiempo se congela. El tiempo se va a otro lado, no tiene esa correlatividad cronológica, no separa entre el día o la noche, sino que te sumerge en otro mundo, en una suerte de cápsula, un nuevo espacio-tiempo”. 

¿Cómo buscas esa honestidad, sobre todo cuando no puedes ver nada hacia adelante?

Cuando llego a ese punto, intento pensar, volver a la música. Cuando vuelvo ahí sé que, aunque quisiera, sería imposible dejarla. Entonces, busco un cambio rápido. Algo que me permita sentirme incómodo, atento a lo que ocurre. Por ejemplo, muchas veces, lo que hago es reformular mi set. Busco otra manera para salir del desencanto. Eso hago siempre y por eso he llegado hasta aquí, porque he alcanzado el punto en que, en vez de desechar y no perseverar, he tratado de darle una vuelta, buscar otro camino y rodear la piedra. 

¿Cuál es el balance que haces de todo este tiempo y todos esos caminos?

Creo es muy similar a lo que todos vivimos actualmente. Es una sensación de que algo no está bien. Una actitud colectiva que da cuenta de un descontento, que no estamos cómodos donde estamos, que algo no funciona, de que en el sistema hay un error. Me gustaría creer que las cosas van por un cambio de consciencia, en la forma de razonar de todos, que eso nos llevará a adentrarnos en otros aspectos, interiorizarnos tan profundamente que no exista alternativa de hacer algo realmente distinto. Creo que hay muchos que están pensando en esto, pero no sé si el sistema lo quiere permitir. Me da la sensación que la maquinaria comercial quiere volver a lo mismo. Me cuesta creerme el cuento del sueño americano, “working class today, tomorrow nuevos ricos”. No me creo ese cuento. Incluso yo mismo me sorprendo del tema de la perseverancia. Con la mía, principalmente. Creo tiene que ver con que no creo que el éxito sea medible o valorable simplemente porque ha sido retribuido económicamente. Parece cliché, pero hay ciertos hitos o cosas que he hecho musicalmente que siempre recordaré en la vida, y no así una pega que me pagaron muchísimas lucas.

¿Hay música que te lleve a un lugar similar?

Hay música que escuchas y te dan ganas de hacer música. Por ejemplo, ahora mi hija me recomendó Billie Eilish y eso estoy escuchando. También siempre vuelvo a Autechre, o hace poco, escuché el último de Bibio. Otras veces vuelvo a esta banda que me encanta, Magnetic Fields y su disco 69 Love Song. Y por su puesto el post punk. Siempre vuelvo a él, es algo que me moviliza y me gusta mucho. Es el tipo de música que me lleva a hacer música. Además, hay todo un cuento en esa escena y ese tiempo. Las bandas realmente estaban buscando hacer algo distinto. Eso se ha perdido. Cuando haces música un poco más rara, te vas quedando fuera del circuito, porque hay cierto estándar, una forma de hacer música que está pensada para ser masiva. Cuando haces algo más abstracto y te sales de ese lugar, la gente mira raro y no quiere bailar. Cuando pienso en el post punk no lo hago en plan nostálgico, sino porque busco sentirme contemporáneo. A eso me lleva, me trae a algo muy actual y rupturista.

¿Cómo imaginas el futuro?

Lo imagino con una radio AM que toca Aphex Twin, mientras el aseo de la casa se hace escuchando Suicide y Sandro. Hay música. Y va más allá de cualquier propuesta o estilo. Los medios de comunicación se harán cargo de la cultura y la educación de la gente. Se abrirán las cabezas y nos permitirá entender la idea de que el mundo no es exactamente lo que parece y que puede ser muchas más cosas. 

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