De Montevideo al mundo: Gustavo Pena Casanova conocido cariñosamente como El Príncipe, dejó una huella creativa tan extraordinaria como inclasificable. Poco conocido a este lado de la cordillera de los Andes, el culto a su figura y al misterio refulgente de su talento no ha parado de crecer desde su temprana muerte en 2004
De Montevideo al mundo: Gustavo Pena Casanova conocido cariñosamente como El Príncipe, dejó una huella creativa tan extraordinaria como inclasificable. Poco conocido a este lado de la cordillera de los Andes, el culto a su figura y al misterio refulgente de su talento no ha parado de crecer desde su temprana muerte en 2004, a los 48 años. Sirva como introducción el documental Espíritu inquieto (2019, disponible en YouTube), codirigido por Matías Guerreros y Eli-u Pena, hija del cantautor y encargada de preservar y difundir su legado. La película, entre muchas cosas, narra el origen del apodo nobiliario, la revelación cósmica del nombre de su heredera y las vertientes de un pozo interior del que brotaban una riqueza melódica y una poesía natural sin (aparente) esfuerzo. También sus colegas dan testimonio sobre la mayor interrogante: una vida autoral al margen de las fuerzas del mercado y de las ataduras de una carrera bajo las reglas de la industria.
En vida, El Príncipe apenas editó dos discos: Amigotez (2001, a medias con Nico Davis) y El recital (2002). El resto de su catálogo, en especial sus múltiples grabaciones caseras, forman una discografía fragmentada y particular que tiene una de sus cumbres en Fuselaje púrpura, su colaboración con el pianista y compositor Herman Klang, originalmente lanzada en 2018 por el sello bonaerense Los Años Luz y hoy reeditada en vinilo por Rauversion.
Desde Uruguay, a través de Zoom, Klang recuerda que era un veinteañero cuando conoció a Pena, quien ya era un compositor experimentado. La máquina que los unió fue un sintetizador Yamaha SY99, muy novedoso para la época, que le permitía simular una banda entera con sonidos sintéticos. El joven músico tenía muchas ideas musicales, pero no sabía qué forma darles. “Él empezó a venir a mi casa y me ayudó a transformar esas cosas en canciones”, dice. “Para mí era magia”, agrega al recordar el momento en que El Príncipe le puso letra a una improvisación que luego se transformó, junto a otros fragmentos, en “Rosa Pérez”. Las letras brotaban veloces, sin parar, “sin ir para atrás, todo el texto, de corrido, ya tenía su lógica, su coherencia, su desarrollo… yo quedaba deslumbrado”, rememora. De este modo atravesaron los noventa: “Él tenía una relación muy visceral con la música, cuando algo le gustaba se metía de lleno y transmitía un compromiso absoluto, lo cual nos unió mucho. Nuestro vínculo duró hasta su muerte, pero tuvo momentos de más cercanía y menos cercanía. Después nos peleamos también, porque él era complicado y yo era muy torpe en algunos sentidos”.
Las sesiones de juegos y experimentación fueron registradas en un portaestudio Tascam de cuatro pistas: dos para el estéreo del teclado y otras dos para las voces de El Príncipe. Cuando Klang vendió el portaestudio, y luego el teclado, pasó a una computadora los casetes con las pistas y respaldó los archivos MIDI de las secuencias. El material quedó almacenado, hasta que Klang recibió la instrucción desde el más allá: en un sueño, unos diez años después del fallecimiento de El Príncipe, su colega le ordenó recuperarlo. Apenas Klang inicia el relato, una ráfaga vuela la sombrilla que lo protege del sol y es imposible no mencionar a su exsocio.
“Se enojó, otra vez”, comenta con una risa, antes de proseguir: “Estaba sentado, cruzado de piernas, en short, con chancletas, marcaba el pulso con el dedo gordo del pie, en esa posición, fumando, con el cigarro, enfático. Tenés que sacar el disco nuestro, como diciendo no seas tarado, ¿qué hacés con todo eso guardado ahí? Ponele Fuselaje púrpura. Y ta, quedé con eso”.
Herman reemplazó los bajos y baterías programados por instrumentos reales. Convocó a talentosos músicos para completar la sección rítmica y envolvió la voz de Gustavo con todo lo que consideró pertinente para mantener el espíritu original. Porque en 1999, Klang llevó algunas de esas composiciones a otra banda suya llamada Malena Morgan. “Terminé juntando las dos cosas, lo cual fue un error porque terminé haciéndole daño a ambos proyectos en lugar de potenciarlos. Creo que fue una de las razones por las cuales El Príncipe se terminó enojando conmigo. Me decía ¡la Malena Morgan somos nosotros dos! Yo estaba llevando esa música que habíamos hecho y la estaba complicando (…) Grabamos un disco con la banda y él, se metieron otras cabezas y suena lleno de guitarras distorsionadas. Hay gente que le gusta mucho; yo encuentro todos esos errores. Y están esos temas (“Rosa Pérez”, “Tarántula”, “Pim pom” y “Qué tal”), pero están un poco desvirtuados. Con Fuselaje púrpura quise corregir ese error. Ser fiel al proyecto inicial, que sea el disco que debimos hacer en aquel entonces”, concluye.
El pianista cita la influencia de sus amigos guitarristas que escuchaban a los virtuosos Joe Satriani y Steve Vai, especialmente en “Hey nena” y su extenso solo final de teclado: “Es bien en el estilo Satriani/Vai, una cosa que yo no tocaría nunca ahora, todo lleno de notas, pero lo dejé como una especie de muestra de respeto a mi yo adolescente”, explica Klang, quien además reconoce que So de Peter Gabriel era un disco que escuchó harto en su época.
Además de las composiciones conjuntas, Fuselaje púrpura tiene tres temas exclusivos de Pena: “Suerte y amor”, “Tira el celofán” (como bonus track) y “Hazinha”. En este último, Klang dejó lo que tocó en 1995 junto a lo que grabó en 2017: “Hay dos pianistas, separados en los canales; en uno yo con veintipocos, en el otro yo con cuarenta y pico”. También existe una composición exclusiva de Herman, “Panegírico onírico”, que decidió no mostrarle a su compañero: “Algunos los quería terminar yo, no quería que me arreglara todo, quería darme la piña para ver adónde llegaba. Esa era una composición mía de esa época que tenía otras voces, le puse las voces de El Príncipe, una especie de homenaje… también puede haber una referencia al sueño aquel que te contaba, pero se me ocurre ahora eso. Se lo mostré a mi profesor de armonía de aquel entonces y me dijo esto es música electroacústica contemporánea”. Sobre el magnífico track inicial, “Desesueño”, el músico apunta que es de 1997.
“Esas voces que metió las hizo en cinco minutos. A mí me parecía increíble. Él no era muy consciente, de repente lo hacía, cantaba, no sé, como en una especie de posesión que le venía… y después lo escuchaba y se olvidaba y decía mirá lo que hice, como si no hubiera sido él”. Con todos estos ingredientes, Fuselaje púrpura es una búsqueda sonora, un viaje desbordante de imaginación en cada rincón, ya sea en el relajo jazzy místico de “Jardines de castillos”, la bossa-samba de “Qué” e incluso en los extractos de conversaciones que funcionan como interludios y nos instalan como testigos de la grabación. Sobre todas las cosas, es una colección de canciones bellas, sensibles y atemporales.
¿Cómo explicar la figura de El Príncipe fuera de su entorno geográfico? “Su obra habla por sí misma”, opina su heredera Eli-u Pena, también vía Zoom, y pone énfasis en su prolífico y versátil trabajo como compositor. Tal como en Fuselaje púrpura, en la decena de discos póstumos editados por su hija conviven momentos acústicos de voz y guitarra, estética pop ochentera, jazz fusión, funk, psicodelia, rock setentero, bossa nova, canción rioplatense, incluso rap y ruidos de la naturaleza. Los seguidores de Luis Alberto Spinetta y Charly García seguro encontrarán algo para abrazar en esta música universal de sorprendente belleza:
“Lo que hoy vemos como una gran virtud, en su momento, y él era consciente de eso, el no estar dentro de ninguna categoría, te deja fuera de todo, porque nadie te puede poner en ningún lado”, dice.
A ella le interesa que esas canciones sigan conmoviendo, emocionando, iluminando. Para eso construyó el sitio www.imaginandobuenas.com.uy dedicado al rescate y la promoción de su legado: “Sé que contaba con mi trabajo posterior. Daba por sentado que yo iba encargarme de su obra y fue lo que hice desde el minuto cero”. Sin pausa, pero sin prisa, detalla que lo hace de un modo acorde al espíritu paterno: “Orgánicamente, me gusta decir; no tan asociado a lo comercial o a una especie de hiperestimulación de escuchar las músicas por todos lados, sino que se va dando a otro tempo que es un poco más lento de lo que se estila ahora, ese pico de lo viral. Él, de algún modo, no está dentro de ese formato de difusión. Yo también trabajo de una manera que no cumple con los cánones estrictos de lo que hoy habría que hacer para lograr esos picos, pero sí entiendo que, a su modo, este mecanismo más orgánico tiene muchísimo más impacto y permanencia en las personas”.
Eli-u se encontró con un amplio catálogo, fundamentalmente grabado en casetes que ella digitalizó. “Él era muy ordenado con eso. No era para nada despelotado ni vagante ni dejaba las cosas por ahí tiradas ni tampoco era muy abierto a compartir ese material. Elegía exactamente con quién lo compartía y había un montón de condiciones al respecto. Era muy cuidadoso con su obra (…) fue extremadamente responsable con su quehacer artístico”, recalca.
En Espíritu inquieto, hay una escena en que Herman Klang menciona que Pena eludía las responsabilidades de este mundo, como pagar los gastos comunes y conseguir la plata para fin de mes. El Príncipe responde, en pantalla, desde una vieja grabación: “No sé para quién hago la música, sé por qué la hago. Yo hago la música porque no puedo parar de hacerla. Es como mi trabajo, es como mi misión. Es decir, siempre que dejé la música se me vacía todo o me va mal. Con la música, puede ser que me vaya mal, pero me siento rebién y la gente también, entonces me parece que es la forma más útil que tengo de servir a la gente”.
“Creo que prefiero que no haya pagado los gastos comunes y que haya hecho todo eso a que estuviese al día con esas cosas”, concuerda risueña Eli-u y alaba el despliegue de Klang en Fuselaje púrpura: “Es un gran disco, me parece que se hizo un grandísimo trabajo en la producción, con los músicos, la sonoridad está increíble y eso de poder rearmar las músicas con una lente más actual, pero que conserva el espíritu de lo que era en su momento. Es un disco que es como un viajón… un viaje lleno de capas, de cosas, y esto de los mundos, de unir el pasado con el presente y el futuro también”.
El Príncipe habitaba su propia línea espaciotemporal. No estaba enamorado del presente e iba a tal velocidad, era tan grande su vértigo creativo, que no se aferraba al momento y pasaba a otra cosa. Era difícil seguirle el ritmo y también frustrante.
“Sufría, como sufríamos todos, esa distancia que veíamos que había entre el talento enorme que tenía y la repercusión que lograba y hasta dónde podría haber llegado”, lamenta Klang. “Herman estaba súper pichón en esa época y quienes lo rodeaban también, entonces era como ir atrás de ese fuego que era mi padre”, reflexiona Eli-u y destaca la generosidad de El Príncipe cuando encontraba almas afines para colaborar.
Eli-u posee su propia discografía con El aire es libre (2021) como entrega más reciente; hoy trabaja en rescatar un tercer disco de El Príncipe con Nico Davis. Por su lado, Herman planifica un nuevo álbum solista que tiene una canción con música anterior a Fuselaje púrpura: “No sé por qué no se la mostré (…) voy a agarrar eso, le voy a poner una letra e invocar al Príncipe para que me ayude. Hay músicas de aquel entonces que todavía están, solo que ahora las sé terminar”.
Cerrar los círculos, porque, como canta El Príncipe, “tan natural como un qué tal es un adiós, un hola, un chau, un quiera dios”.